Oscar Guayabero y Claret Serrahima (Entregado en El Pais en diciembre, aún no publicado)
No hace tanto que al conjunto de prensa escrita, emisoras radio y cadenas de televisión se les llamaban “los medios de información” o la prensa. En pocos años, han pasado a llamarse “los medios de comunicación” y cada vez con más fuerza nos referimos a ellos con el anglicismo “mass media”. Tratándose de un sector que trabaja con el lenguaje, estos cambios no pueden ser casuales. Nos preguntamos que ha cambiado en estos años. Desde siempre, ha habido periódicos, radios y televisiones con una línea ideológica concreta. Hablando por supuesto de países con regimenes democráticos, en los demás, la prensa es monocolor y vigilada concienzudamente por el dictador de turno.
Había un acuerdo tácito en otorgar a la prensa una cierta independencia y credibilidad. Quizás debíamos leer un par de periódicos de signo contrario pero al final, entre sus páginas, se encontraba aquello que comúnmente denominamos verdad. Así, asumimos que la prensa oral y escrita, cumplía la función básica y efímera de describir la realidad.
Es importante la condición de efímera, pues quizás la prensa más cualquier otro medio, es la que mantiene o borra un acontecimiento del imaginario colectivo. Sus canales de inserción en la sociedad son tan potentes que no es extraño que ya en el siglo XVIII Edmund Burke, pensador liberal, acuñara el denominativo de “Cuarto Poder” que se añadía a los poderes “históricos”: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Ante políticos y periodistas dijo: “Ahí está el Cuarto Poder y verán que sus miembros serán más importantes que ustedes y se unirán a la cruzada por las libertades”. No se equivocó al cuantificar el futuro poder de la prensa, lo que no es tan evidente, hoy por hoy, es el papel heroico, que otorga a la prensa.
Noam Chomsky, señala que la prensa, en un sistema democrático, debería cumplir dos funciones: primero, debería presentar las noticias de manera completa, limpia y con imparcialidad y, segundo, debería constituirse en un vigilante contra los excesos del poder que atentan contra las libertades. Sintomáticamente, esta idea nos parece más que inocente.
El palabro “comunicación” coge fuerza en el momento en que los medios informativos, en tanto que empresas privadas son un producto, al servicio de un interés principal, ser rentable. Y un segundo objetivo, ya clásico, estar al servicio de una tendencia política concreta. Esa doble condición introdujo, en los años cincuenta, el concepto de entretenimiento como estrategia comercial y también como un modo de desviar la atención de los ciudadanos hacia territorios no comprometidos, políticamente hablando. En términos de Machado, La España de charanga y pandereta vino a ser el Pan y Circo de nuestros cuarenta años de travesía por el desierto de las libertades. No es que antes no se comunicara, pero en ese momento la “obligación” de informar, empieza a ser una carga más que un objetivo.
De ahí al amarillismo impreso solo había un paso. “que la verdad no te arruine una noticia” decía una consigan periodística en los setentas. La democracia llegó acompañada de una irrefrenable frivolidad que hizo de la prensa rosa un imperio económico. De repente éramos hedonistas, consumistas y chismosos. Tal como retrataba certeramente el Carvalho de Montalban: ”Desde que se murió Franco hay más crema de leche en los supermercados”. La pornografía emocional llena hoy nuestras cadenas televisivas.
Pero en los ochenta y sobre todo en la última década del siglo XX se da un paso más allá. La ingente cantidad de publicidad hace de los anunciantes parte intrínseca de los consejos de redacción imponiendo en muchos casos, no solo el tono de la noticia sino su misma existencia.
El lector, oyente o televidente es un instrumento para conseguir popularidad y negocio a través de los medios de control de audiencia, bajo esa fórmula que dice: más audiencia es igual a más anunciantes y eso es igual a más ingresos económicos. De ahí que la denominación mass media se haya extendido. En sus páginas cuesta encontrar otra realidad que la que cotiza en bolsa.
Esta, nueva situación ha modificado muchos de los códigos de comunicación existentes. La noticia ya no se arraiga a la realidad sino al interés del medio por una parte de esa realidad. Así pues, en numerosas ocasiones se “hinchan” acontecimientos, o se ignoran otros, incluso se llegan a autogenerar noticias. Cuando el periodismo lo hacen banqueros encarcelados, empresarios embargados y directores de periódicos metidos a dinamiteros, la realidad se convierte en supuestas filtraciones, documentos que nunca aparecen, escuetas disculpas si al final se demuestran falsos, etc. Esto no es ficción, pasó y el “Váyase señor González”, ganó las elecciones.
La cadena de radio episcopal, ejerce esa mecánica de generar noticias apocalípticas donde sólo hay reformas educativas o estatutarias y fusiones empresariales. Evidentemente, no se apela a la razón, ni a las valoraciones mesuradas de la realidad, sino a la reacción más visceral posible. Un papel muy parecido al que jugó la "Radio Tele Libre Mille Collines" (RTLM), una radio privada que sirvió de vehículo para promover propaganda violenta anti tutsi en 1994. Varios locutores de esa emisora están siendo juzgados por incitación al genocidio. Se llegaron a dar nombres y direcciones de personas a las que “convenía” eliminar.
Es sólo la punta del iceberg de lo que puede ocurrir si se sigue en esa dirección. Lo más preocupante es la desconexión de la realidad a la que están llevando a sus oyentes. La negación de la realidad es una enfermedad mental tipificada. Es algo que ayuda en determinados casos a mantener cierta esperanza sobre algo o alguien, negar la muerte de un ser querido, por ejemplo. Pero cuando se convierte en una costumbre se llega a lo que Orwell llamó “control de la realidad”. ¿Deben tumbarse todos en el diván de un profesional, o ellos saben donde esta el límite de lo falso?
Paralelamente, cuando la realidad se convulsiona, los medios dejan de ser ágiles megáfonos de esos cambios, puesto que antes deben valorar que implicaciones empresariales supone posicionarse en uno u otro sentido. Los atentados del 11M pusieron en evidencia esa falta de capacidad de reacción. “Aznar mintió el primer día. Pero ese hecho sólo explica el periodismo del primer día, no el retraso de los siguientes” apunta Guillem Martínez. Fue entonces la sociedad, a través de Internet i de los móviles la que creo una verdadera red de contra información, varios pasos por delante de los medios de comunicación establecidos.
A pesar de todo, debemos reivindicar un periodismo de periodistas y no unos medios de comunicación de masas. Tenemos el derecho a ser informados pero también la obligación de la militancia a la realidad, sin ella la paranoia puede convertirse en, simplemente, una opción y eso nos deja a todos a las puertas del psiquiátrico. De ahí, a las noches con cristales rotos y los cadáveres en las cunetas hay sólo un fanático con retórica y un pueblo que se ha dejado seducir por la ficción.