Fin de semana movidito en el Raval, donde la prepotencia del Alcalde Joan Clos convirtió un acto lúdico (lo dicen ellos ahora) el llamado macrobotellón, en un conflicto urbano.
Si quereis saber mi experiencia personal (y tan personal como que por poco me queman la casa).
http://lamundial.net/user/guayabero/cronica_de_una_hoguera_anunciada.pdf
20 marzo, 2006
16 marzo, 2006
Artículo en busca de editor
Este artículo se ha intentado editar en La Vanguardia, El Periódico y El Punt. Llevo las últimas semanas persiguiendo a los responsables de cultura y opinión. Reconozco que he sido bastante insistente. No por ser mío el artículo, sino porque el tema (la conservación del patrimonio social y la especulación urbanística) me parece lo bastante importante como para insistir. Una flor no fa estiu, pero siempre es bueno intentar generar un debate de este tipo.Supongo que no debe tener la calidad necesaria para aparecer en papel impreso o quizás no es un tema de interés general. No quisiera pensar que simplemente es porque un servidor no es un personaje mediático. Eso diría poco de los editores. Mucho peor sería, que el tema tuviera implicaciones en las empresas de las que dependen las redacciones de los rotativos. En fin, como uno ya es mayor para imaginarse complots, lo cuelgo en el blog y a otra cosa.
Revisionismo urbano
A falta de un término mejor, se me ocurre que Barcelona está sufriendo un tremendo revisionismo urbano, sin querer equipararlo con otros revisionismos mucho más siniestros. A saber, lo que ya existe se debe, en primer lugar, derribar o en el mejor de los casos vaciar sus fachadas “como caparazones después de haya sido sorbida su carne, aspirado lo blando y jugoso, suculento, sustancioso, que tenían dentro.”* Una vez limpio el solar, se reformula lo que había en él y se vuelve a construir, a la medida de la imagen que consistorio y constructoras tienen de la ciudad. El caso de recintos industriales en Pueblo Nuevo es aleccionador. Viviendas de lujo donde había talleres cutres y oficinas del denominado quinario, donde había talleres de artistas. Económicamente, no hay duda que el consistorio, que no la ciudad, y los propietarios, saldrán ganando. En paralelo y quizás para justificar semejante vaciado de contenidos se formulan propuestas de centros culturales que preserven anécdotas del patrimonio industrial. Chimeneas no faltan, desde luego.
Así se reniega de la historia, desde la desaparición de los chiringuitos de la Barceloneta permutados por las postizas terrazas del Port Olimpic, a la “petrificación del Born, y la sustitución de la vida por la Historia”* pasando por la falta de memoria colectiva, como en los terrenos del Forum de Las Culturas, donde se fusilaron cientos de republicanos durante y después de la Guerra Civil, a los que no se les hizo ninguna mención oficial. No es otra cosa que reescribir la crónica de la ciudad.
Pues bien, ante ese revisionismo urbano, esta surgiendo un creciente activismo ciudadano que, como primer paso, suele estudiar la realidad existente. De esa realidad a veces sórdida, a menudo trasnochada, pero siempre rica en matices, se intentan extraer aquellos valores que pueden servir para el futuro y se les intenta dar valor, abriéndolos al conjunto de los ciudadanos. Desde asociaciones de vecinos a colectivos de artistas, desde okupas hasta historiadores, están creando redes de colaboración y espacios multifuncionales que podrían dar respuestas, además de a las arcas publicas, a las necesidades de nuestra ciudad. Son espacios privados con vocación pública, una ecuación inversa a lo que ocurre, a veces, con algunas inversiones públicas que acaban generando, básicamente, beneficios privados.
Tenemos en Can Ricart un ejemplo paradigmático de este proceso de destrucción del patrimonio con coartadas de progreso, ese talismán, tan mal usado. La antigua fábrica textil, se había convertido hace años en una microciudad, donde empresa y creatividad convivían. Desde Hangar a una cerería artesana, desde Can Font, en la nave 21, a carpinteros y metalistas. La trama microurbana creaba espacios y rincones adecuados para unos y otros.
Llegó 22@ y decidió que se debía derribar gran parte del complejo fabril. En su lugar se harían lofts de lujo, se ubicarían algunos creadores, los que fueran más limpitos y ocuparan menos espacio, algún equipamiento testimonial para el barrio y se obtendrían unos buenos beneficios para el propietario. Sería el premio por haber dejado las naves a su suerte desde hace años, con su consiguiente degradación.
Pero resultó que, por alguna razón, se aglutinaron esperanzas de vecinos, historiadores y de una gente extraña, artistas de taller y navegantes de la red que hablan de cosas tan raras como software libre. Se plantaron, y consiguieron, después de meses de lucha, que se replanteara el asunto. Ahora es el momento de decidir que hacer con el recinto y porqué no, el momento de plantear una nueva, o quizás una vieja y olvidada, forma de hacer ciudad, abriéndola a los ciudadanos e implicándolos en su desarrollo. Quizás vale la pena activarse en Can Ricart, aunque sea para hacer músculo para cuando toque el pulso en La Escocesa, en Can Batlló, etc., que están al caer.
Se establece como prioridad no sólo el legado arquitectónico sino, y sobre todo, el patrimonio social. Entendiendo que no es patrimonio sólo las piedras, sino el espacio que contienen y lo que en ellas se ha vivido, se vive y, si es dejan, se vivirá. No quieren una ciudad de espectros. “…estamos viendo las pieles de la ciudad, convertida toda ella en un Bartolomé, Barcelona desollada que ostenta su pellejo como símbolo del martirio que ha sufrido”.
Dicen que no tiene sentido defender fábricas vacías de trabajadores, talleres huérfanos de artesanos, estudios desnudos de artistas. No necesitan un enésimo centro cultural. Reclaman un centro de producción abierto, de intercambio y de diálogo. Un centro vivo de cultura, compartido y no compartimentado. Un conjunto que cree intersecciones y relaciones entre lo que necesita el barrio, sean guarderías o geriátricos, lo que necesitan los industriales que ahí habitan y lo que necesita la ciudad. La ciudad precisa urgentemente de centros de creación. En realidad, casi lo mismo que dicen los objetivos del 22@, pero sin tanta corbata y con menos excabadoras.
Perdónenles que no les exciten los lofts o las chimeneas solitarias, pero es que dicen que los bocadillos de chorizo, no son lo mismo sin los chistes del mecánico, sin los pitillos compartidos con los carpinteros, sin las capacidades infinitas de las sinergias entre creación e industria. Ya se sabe, son artistas y tienen ideas extrañas.
* Destrucción de Barcelona. Juan José Lahuerta (Mudito & Co).
Revisionismo urbano
A falta de un término mejor, se me ocurre que Barcelona está sufriendo un tremendo revisionismo urbano, sin querer equipararlo con otros revisionismos mucho más siniestros. A saber, lo que ya existe se debe, en primer lugar, derribar o en el mejor de los casos vaciar sus fachadas “como caparazones después de haya sido sorbida su carne, aspirado lo blando y jugoso, suculento, sustancioso, que tenían dentro.”* Una vez limpio el solar, se reformula lo que había en él y se vuelve a construir, a la medida de la imagen que consistorio y constructoras tienen de la ciudad. El caso de recintos industriales en Pueblo Nuevo es aleccionador. Viviendas de lujo donde había talleres cutres y oficinas del denominado quinario, donde había talleres de artistas. Económicamente, no hay duda que el consistorio, que no la ciudad, y los propietarios, saldrán ganando. En paralelo y quizás para justificar semejante vaciado de contenidos se formulan propuestas de centros culturales que preserven anécdotas del patrimonio industrial. Chimeneas no faltan, desde luego.
Así se reniega de la historia, desde la desaparición de los chiringuitos de la Barceloneta permutados por las postizas terrazas del Port Olimpic, a la “petrificación del Born, y la sustitución de la vida por la Historia”* pasando por la falta de memoria colectiva, como en los terrenos del Forum de Las Culturas, donde se fusilaron cientos de republicanos durante y después de la Guerra Civil, a los que no se les hizo ninguna mención oficial. No es otra cosa que reescribir la crónica de la ciudad.
Pues bien, ante ese revisionismo urbano, esta surgiendo un creciente activismo ciudadano que, como primer paso, suele estudiar la realidad existente. De esa realidad a veces sórdida, a menudo trasnochada, pero siempre rica en matices, se intentan extraer aquellos valores que pueden servir para el futuro y se les intenta dar valor, abriéndolos al conjunto de los ciudadanos. Desde asociaciones de vecinos a colectivos de artistas, desde okupas hasta historiadores, están creando redes de colaboración y espacios multifuncionales que podrían dar respuestas, además de a las arcas publicas, a las necesidades de nuestra ciudad. Son espacios privados con vocación pública, una ecuación inversa a lo que ocurre, a veces, con algunas inversiones públicas que acaban generando, básicamente, beneficios privados.
Tenemos en Can Ricart un ejemplo paradigmático de este proceso de destrucción del patrimonio con coartadas de progreso, ese talismán, tan mal usado. La antigua fábrica textil, se había convertido hace años en una microciudad, donde empresa y creatividad convivían. Desde Hangar a una cerería artesana, desde Can Font, en la nave 21, a carpinteros y metalistas. La trama microurbana creaba espacios y rincones adecuados para unos y otros.
Llegó 22@ y decidió que se debía derribar gran parte del complejo fabril. En su lugar se harían lofts de lujo, se ubicarían algunos creadores, los que fueran más limpitos y ocuparan menos espacio, algún equipamiento testimonial para el barrio y se obtendrían unos buenos beneficios para el propietario. Sería el premio por haber dejado las naves a su suerte desde hace años, con su consiguiente degradación.
Pero resultó que, por alguna razón, se aglutinaron esperanzas de vecinos, historiadores y de una gente extraña, artistas de taller y navegantes de la red que hablan de cosas tan raras como software libre. Se plantaron, y consiguieron, después de meses de lucha, que se replanteara el asunto. Ahora es el momento de decidir que hacer con el recinto y porqué no, el momento de plantear una nueva, o quizás una vieja y olvidada, forma de hacer ciudad, abriéndola a los ciudadanos e implicándolos en su desarrollo. Quizás vale la pena activarse en Can Ricart, aunque sea para hacer músculo para cuando toque el pulso en La Escocesa, en Can Batlló, etc., que están al caer.
Se establece como prioridad no sólo el legado arquitectónico sino, y sobre todo, el patrimonio social. Entendiendo que no es patrimonio sólo las piedras, sino el espacio que contienen y lo que en ellas se ha vivido, se vive y, si es dejan, se vivirá. No quieren una ciudad de espectros. “…estamos viendo las pieles de la ciudad, convertida toda ella en un Bartolomé, Barcelona desollada que ostenta su pellejo como símbolo del martirio que ha sufrido”.
Dicen que no tiene sentido defender fábricas vacías de trabajadores, talleres huérfanos de artesanos, estudios desnudos de artistas. No necesitan un enésimo centro cultural. Reclaman un centro de producción abierto, de intercambio y de diálogo. Un centro vivo de cultura, compartido y no compartimentado. Un conjunto que cree intersecciones y relaciones entre lo que necesita el barrio, sean guarderías o geriátricos, lo que necesitan los industriales que ahí habitan y lo que necesita la ciudad. La ciudad precisa urgentemente de centros de creación. En realidad, casi lo mismo que dicen los objetivos del 22@, pero sin tanta corbata y con menos excabadoras.
Perdónenles que no les exciten los lofts o las chimeneas solitarias, pero es que dicen que los bocadillos de chorizo, no son lo mismo sin los chistes del mecánico, sin los pitillos compartidos con los carpinteros, sin las capacidades infinitas de las sinergias entre creación e industria. Ya se sabe, son artistas y tienen ideas extrañas.
* Destrucción de Barcelona. Juan José Lahuerta (Mudito & Co).
02 marzo, 2006
Innovacion en los alimentos
Hace unos días viví una de las experiencias más espeluznantes de mi vida. Estuve en el Jurado de Innoval. Innovación en productos alimentarios. Se supone que me llamarón por aquello del diseño y del packaging pero ya en la entrada me dijeron que de pack se habla en Graphicpack, que allí se trataba del contenido. Bien diseño y contenidos es una buena fórmula, no sólo sabemos hacer cajitas. Pero la cosa iva por otro camino, no se trataba de pensar como mejor servir al usuario, ni como mejor servir un producto de calidad. Lo que mas oí fue: valor añadido (es decir, que la diferencia entre lo que cuesta de verdad y el valor de venta sea la hostia), estrategia de mercado (solo se contempla un mercado, gente con prisas, sin manías químicas y con una edad mental de 15 años) y sensación de salud (es decir, aparentar que un producto es sano cuando no lo es). Bien, veamos que entienden estos señores por innovación. Hago un repaso de algunos de los premios que se dieron:
- Es cojonudo hacer un queso y meterlo en una lata de conserva (Queco, gran naming queso en conserva) aunque para ello se deba perder el 80% de las propiedades del queso y aunque el sabor (yo lo probé) recuerde más a un berberecho que a leche de vaca. Eso si te aguanta en el armario años.
- Es muy innovador hacer una leche sin leche. Es decir sin lactosa. Esto no seria malo, si pensamos en la intolerancia que sufrimos muchos a la lactosa, pero es que para hacerlo se cargan todas las propiedades de la leche, así que para qué coño quieres tomarte una cosa blanca que ni sabe a leche (yo también la probé) ni es leche.
- Es muy avanzado hacer pedazos de pescado que aguantan en la nevera dos meses (sin congelador). Claro, que el químico presente aún se pregunta que coño eran los productos que salían en la composición del producto y no los había visto aún.
- Es estupendo hacer un producto que se llama “peque fruta” y es una compota de fruta para los niños. Dicen que es para el bocata de la mañana. Bien. Pero resulta que en las instrucciones dice que jamás se debe dejar el producto en las manos de los niños con el tapón puesto, que parece un caramelo y que además hay de estar presente un adulto para consumirlo. Perfecto. Eso si, tiene casi un 5% de fruta natural.
- Y lo que ya es la bomba es hacer una cosa que se llaman choas y que es un manufacturado con menudillos de pescado que se mete en un molde y se le da forma de anchova (porque dicen que está muy cara). El resultado (lo probé, valiente de mi) es una especie de plástico blandengue que recuerda al sabor de una anchova (pa eso están los extractos) pero que parece más que te estés comiendo un gusano de la botella de mezcal.
Resumiendo, creo no volveré jamás a este jurado y particularmente me gustaría llamar a los Mossos d’Escuadra para que detuvieran a esa panda de delincuentes que se dicen ejecutivos. Estamos en sus manos, nos dan basura pa comer y les importa un rábano (transgénico claro)
- Es cojonudo hacer un queso y meterlo en una lata de conserva (Queco, gran naming queso en conserva) aunque para ello se deba perder el 80% de las propiedades del queso y aunque el sabor (yo lo probé) recuerde más a un berberecho que a leche de vaca. Eso si te aguanta en el armario años.
- Es muy innovador hacer una leche sin leche. Es decir sin lactosa. Esto no seria malo, si pensamos en la intolerancia que sufrimos muchos a la lactosa, pero es que para hacerlo se cargan todas las propiedades de la leche, así que para qué coño quieres tomarte una cosa blanca que ni sabe a leche (yo también la probé) ni es leche.
- Es muy avanzado hacer pedazos de pescado que aguantan en la nevera dos meses (sin congelador). Claro, que el químico presente aún se pregunta que coño eran los productos que salían en la composición del producto y no los había visto aún.
- Es estupendo hacer un producto que se llama “peque fruta” y es una compota de fruta para los niños. Dicen que es para el bocata de la mañana. Bien. Pero resulta que en las instrucciones dice que jamás se debe dejar el producto en las manos de los niños con el tapón puesto, que parece un caramelo y que además hay de estar presente un adulto para consumirlo. Perfecto. Eso si, tiene casi un 5% de fruta natural.
- Y lo que ya es la bomba es hacer una cosa que se llaman choas y que es un manufacturado con menudillos de pescado que se mete en un molde y se le da forma de anchova (porque dicen que está muy cara). El resultado (lo probé, valiente de mi) es una especie de plástico blandengue que recuerda al sabor de una anchova (pa eso están los extractos) pero que parece más que te estés comiendo un gusano de la botella de mezcal.
Resumiendo, creo no volveré jamás a este jurado y particularmente me gustaría llamar a los Mossos d’Escuadra para que detuvieran a esa panda de delincuentes que se dicen ejecutivos. Estamos en sus manos, nos dan basura pa comer y les importa un rábano (transgénico claro)
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