16 marzo, 2006

Artículo en busca de editor

Este artículo se ha intentado editar en La Vanguardia, El Periódico y El Punt. Llevo las últimas semanas persiguiendo a los responsables de cultura y opinión. Reconozco que he sido bastante insistente. No por ser mío el artículo, sino porque el tema (la conservación del patrimonio social y la especulación urbanística) me parece lo bastante importante como para insistir. Una flor no fa estiu, pero siempre es bueno intentar generar un debate de este tipo.Supongo que no debe tener la calidad necesaria para aparecer en papel impreso o quizás no es un tema de interés general. No quisiera pensar que simplemente es porque un servidor no es un personaje mediático. Eso diría poco de los editores. Mucho peor sería, que el tema tuviera implicaciones en las empresas de las que dependen las redacciones de los rotativos. En fin, como uno ya es mayor para imaginarse complots, lo cuelgo en el blog y a otra cosa.

Revisionismo urbano
A falta de un término mejor, se me ocurre que Barcelona está sufriendo un tremendo revisionismo urbano, sin querer equipararlo con otros revisionismos mucho más siniestros. A saber, lo que ya existe se debe, en primer lugar, derribar o en el mejor de los casos vaciar sus fachadas “como caparazones después de haya sido sorbida su carne, aspirado lo blando y jugoso, suculento, sustancioso, que tenían dentro.”* Una vez limpio el solar, se reformula lo que había en él y se vuelve a construir, a la medida de la imagen que consistorio y constructoras tienen de la ciudad. El caso de recintos industriales en Pueblo Nuevo es aleccionador. Viviendas de lujo donde había talleres cutres y oficinas del denominado quinario, donde había talleres de artistas. Económicamente, no hay duda que el consistorio, que no la ciudad, y los propietarios, saldrán ganando. En paralelo y quizás para justificar semejante vaciado de contenidos se formulan propuestas de centros culturales que preserven anécdotas del patrimonio industrial. Chimeneas no faltan, desde luego.
Así se reniega de la historia, desde la desaparición de los chiringuitos de la Barceloneta permutados por las postizas terrazas del Port Olimpic, a la “petrificación del Born, y la sustitución de la vida por la Historia”* pasando por la falta de memoria colectiva, como en los terrenos del Forum de Las Culturas, donde se fusilaron cientos de republicanos durante y después de la Guerra Civil, a los que no se les hizo ninguna mención oficial. No es otra cosa que reescribir la crónica de la ciudad.

Pues bien, ante ese revisionismo urbano, esta surgiendo un creciente activismo ciudadano que, como primer paso, suele estudiar la realidad existente. De esa realidad a veces sórdida, a menudo trasnochada, pero siempre rica en matices, se intentan extraer aquellos valores que pueden servir para el futuro y se les intenta dar valor, abriéndolos al conjunto de los ciudadanos. Desde asociaciones de vecinos a colectivos de artistas, desde okupas hasta historiadores, están creando redes de colaboración y espacios multifuncionales que podrían dar respuestas, además de a las arcas publicas, a las necesidades de nuestra ciudad. Son espacios privados con vocación pública, una ecuación inversa a lo que ocurre, a veces, con algunas inversiones públicas que acaban generando, básicamente, beneficios privados.

Tenemos en Can Ricart un ejemplo paradigmático de este proceso de destrucción del patrimonio con coartadas de progreso, ese talismán, tan mal usado. La antigua fábrica textil, se había convertido hace años en una microciudad, donde empresa y creatividad convivían. Desde Hangar a una cerería artesana, desde Can Font, en la nave 21, a carpinteros y metalistas. La trama microurbana creaba espacios y rincones adecuados para unos y otros.
Llegó 22@ y decidió que se debía derribar gran parte del complejo fabril. En su lugar se harían lofts de lujo, se ubicarían algunos creadores, los que fueran más limpitos y ocuparan menos espacio, algún equipamiento testimonial para el barrio y se obtendrían unos buenos beneficios para el propietario. Sería el premio por haber dejado las naves a su suerte desde hace años, con su consiguiente degradación.
Pero resultó que, por alguna razón, se aglutinaron esperanzas de vecinos, historiadores y de una gente extraña, artistas de taller y navegantes de la red que hablan de cosas tan raras como software libre. Se plantaron, y consiguieron, después de meses de lucha, que se replanteara el asunto. Ahora es el momento de decidir que hacer con el recinto y porqué no, el momento de plantear una nueva, o quizás una vieja y olvidada, forma de hacer ciudad, abriéndola a los ciudadanos e implicándolos en su desarrollo. Quizás vale la pena activarse en Can Ricart, aunque sea para hacer músculo para cuando toque el pulso en La Escocesa, en Can Batlló, etc., que están al caer.

Se establece como prioridad no sólo el legado arquitectónico sino, y sobre todo, el patrimonio social. Entendiendo que no es patrimonio sólo las piedras, sino el espacio que contienen y lo que en ellas se ha vivido, se vive y, si es dejan, se vivirá. No quieren una ciudad de espectros. “…estamos viendo las pieles de la ciudad, convertida toda ella en un Bartolomé, Barcelona desollada que ostenta su pellejo como símbolo del martirio que ha sufrido”.
Dicen que no tiene sentido defender fábricas vacías de trabajadores, talleres huérfanos de artesanos, estudios desnudos de artistas. No necesitan un enésimo centro cultural. Reclaman un centro de producción abierto, de intercambio y de diálogo. Un centro vivo de cultura, compartido y no compartimentado. Un conjunto que cree intersecciones y relaciones entre lo que necesita el barrio, sean guarderías o geriátricos, lo que necesitan los industriales que ahí habitan y lo que necesita la ciudad. La ciudad precisa urgentemente de centros de creación. En realidad, casi lo mismo que dicen los objetivos del 22@, pero sin tanta corbata y con menos excabadoras.

Perdónenles que no les exciten los lofts o las chimeneas solitarias, pero es que dicen que los bocadillos de chorizo, no son lo mismo sin los chistes del mecánico, sin los pitillos compartidos con los carpinteros, sin las capacidades infinitas de las sinergias entre creación e industria. Ya se sabe, son artistas y tienen ideas extrañas.

* Destrucción de Barcelona. Juan José Lahuerta (Mudito & Co).


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