20 mayo, 2006

El botellón viene de París


Publicado en El Pais (22 de Mayo de 2006)

Hemos oído hasta la saciedad a sagaces comentaristas y sociólogos mediáticos lamentarse del fenómeno botellón. Se decía que mientras que en Francia los jóvenes luchaban por la dignidad de sus contratos, aquí en el sur la juventud sólo quería beber hasta caer redonda. La simpleza del análisis es tal que no es productivo seguir por ahí. La contemporaneidad de dos sucesos no los vincula más allá de compartir edición impresa en los rotativos del día. Ni las circunstancias políticas son las mismas, ni los problemas, ni la respuesta gubernamental es semejante. En todo caso, es curioso que los macrobotellones hayan desaparecido como llegaron, de repente. El error de cálculo fue expulsar al grupo de la Rambla del Raval y empujarlo a calles estrechas, donde logísticamente se sabe que es mucho más sencillo atrincherarse y causar desperfectos. París se inventó los amplios bulevares justo para evitar lo que aquí se provocó. A pesar de ello, quizá Joan Hereu tenía razón al catalogar como exitosa la acción policial de Barcelona. Después del vandalismo callejero, nadie se atreve ya a convocar una concentración para beber al aire libre, usando los e-mails o los SMS. En Sevilla o Granada se llevan décadas bebiendo en la calle, sea en formato botellón o de tapeo, y a nadie se le ocurriría mandar a 350 policías. Será que allí es más sur que nuestro sur.

La pasada semana se convocó en toda España una sentada contra la situación inmobiliaria y sus convocantes se desmarcaron desde el inicio de cualquier vinculación con un botellón. Se intentó así dar una imagen de compromiso, lejos de los descerebrados que sólo buscan la cogorza colectiva en plena vía pública. Sin duda, tienen sentido este tipo de concentraciones. La especulación inmobiliaria está llegando al acoso ciudadano en grados insoportables. La pregunta es: ¿y si cuando fuimos llevamos unas cervecitas, dejó de ser comprometida nuestra postura? En realidad hacía una solanera tal que la cerveza se agradeció.

Hace unos días, el FC Barcelona se clasificó para la final de la Champions, y en la misma semana se ganó la Liga. En Canaletes se concentró, en ambas ocasiones, un buen número de seguidores del club. Si uno se pasaba por allí podía ver bebidas alcohólicas en envases pequeños y grandes. Latas de cerveza, bricks de vino y sangría. Las conocidas litronas de cerveza estaban más que presentes, incluso había chiringuitos improvisados de venta de alcohol. Los agentes de la policía observaban las muestras de alegría con cierta resignación. La noche se presentaba movida y encima no tenían órdenes de impedir nada. Aquello no era un botellón, era una muestra de que el Barça es más que un club. Los comentaristas televisivos han dicho incluso que, en estos momentos de confusión política, era una muestra de autoafirmación nacional, que no se podía criminalizar por unos pocos una celebración cívica. Esos jóvenes no eran violentos antisistema, eran simpáticos seguidores deportivos. A nadie se le ocurrió preguntarse qué pasaba en París a esa hora. Ningún comentarista avispado vio una solemne memez manifestarse porque 11 muchachos venidos de medio mundo hayan conseguido meter más veces que los otros 11 un balón dentro de la portería. Al final, como era de suponer, unos cuantos majaderos se liaron a palos con la policía, con las tiendas cercanas y con el mobiliario urbano. ¿No eran los mismos que los del botellón? Quién sabe, la estupidez abunda.

Por fin, en la final de París, el Barça ganó. El Ayuntamiento pidió a los seguidores que lo celebrasen en las fuentes de Montjuïc, pero la iniciativa tuvo poca receptividad. Es interesante que el municipio proponga alternativas. Es de suponer que si algún colectivo de radicales antisistema propone un botellón concienciado y comprometido, les darán también alternativas para poder celebrarlo. Paralelamente, esta vez sí, se desplegaron más de 300 policías, pero no para impedir la fiesta, sino para controlar sus efectos colaterales. Se vio gente bajando por el paseo de Gràcia en manifestación festiva y cortando el tráfico, se vio gente sobre los coches mientras en su interior el conductor apuraba un botellón de cava, mucha gente bebiendo en coches y motos. No se sabe si la ordenanza del civismo permite la alegría deportiva si ésta está aumentada por el alcohol bebido en el espacio público, pero al parecer se ha hecho la vista gorda por esta vez. Hemos de felicitarnos por ello, pocas alegrías colectivas tenemos, así que mejor permitirlas. Quizá en San Juan también la permitan, el solsticio de verano es un buen motivo para festejar, o al menos tan bueno como que un balón entre en la portería, con todos los respetos por Belletti. Al final, cómo no, disturbios, destrozos y casi 50 detenidos. ¿Se imaginan que habría pasado si los mossos hubieran intentado impedir la celebración? En esta ocasión no hace falta investigar mucho para encontrar los responsables de la concentración. En el caso del botellón, se les intentó inculpar por los desperfectos. ¿Pagará Laporta la factura?

A la mañana siguiente de las celebraciones, La Rambla se levanta relativamente bien, teniendo en cuenta la batalla. Los servicios de limpieza demuestran una vez más su efectividad. Es su trabajo y lo hacen muy bien. Como lo hicieron en San Juan. Hubo verbena y se aseguró el derecho a los bañistas a tomar el sol. En el fondo, es la noche más corta del año. Quizás ésa es la clave, no prohibir, sino solventar los problemas que la libertad de acción genera en el espacio público. En el Raval aún son visibles las huellas de la prohibición del botellón. Portales quemados, persianas destrozadas y asfalto con desperfectos. Quizá los efectos de su celebración hubieran durado tan poco como los de Canaletes.

Por el momento, es aconsejable acudir a manifestaciones y actos reivindicativos con una camiseta del Barça. Ante una situación complicada, siempre puede uno decir que estaba celebrando el gol de Eto'o y que se encontró con los radicales por casualidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

a ti de paris te va a venir otra cosa