23 noviembre, 2006

Arquitectura reaccionaria

Claret Serrahima, Oscar Guayabero (El Pais 13 de noviembre 2006)

(Esta versión no se ellegó a publicar porque la otra se editó antes de poder enviarla. La adjunto porque creo que mejora la publicada)
Tenemos una nueva enfermedad endémica: utilizar arquitectos estrella para justificar operaciones urbanísticas, sean o no licitas. La base del problema, al margen de temas legales, es que la contemporaneidad no se entiende, simplemente se compra. No se asimila la concepción vanguardista de la arquitectura, pero si se utilizan estos nuevos y famosos arquitectos para valorizar proyectos de marketing empresarial, en el caso de edificios emblemáticos de oficinas, o justificar urbanismos especulativos, en el caso de centros turísticos o urbanizaciones residenciales.

Hace unos días Frank Gerhy decía en su presentación de un tremendo hotel, en unos viñedos de la Rioja, que una de las cosas que le apasionaban de la arquitectura es que “con los edificios puedes tocar a la gente”. Quizás fue un error de traducción y el “touch” que quería decir más bien impactar, se tradujo en tocar, porque, a menudo, lo que hace la arquitectura, más allá de tocarnos, es impactar y empujar de malas maneras. Pronto lo veremos, en esa nueva y fastuosa estación del AVE en Sagrera. Mientras, los trenes de cercanías siguen sin funcionar correctamente, como medio de transporte de la denominada Gran Barcelona. Se podrá decir que no hay relación entre una cosa y la otra, pero cuando se comparan los presupuestos de la nueva arquitectura y los del mantenimiento de estructuras ya no es tan fácil desvincular los dos hechos.
En un articulo, de este mismo periódico, Joan Subirats nos narraba, hace poco, con irritada perplejidad como “una finca urbana, de propiedad pública, de más de 50.000 metros cuadrados pasó, de dedicarse a viviendas de protección oficial, a una urbanización de lujo "de carácter mediterráneo" (Jean Nouvel dixit). En el mismo artículo, nos explica como el arquitecto acalló las insidiosas preguntas de los periodistas sobre la posible corrupción, con un “he venido a hablar de arquitectura y nada más”. También de Nouvel se está empezando a construir el llamado Parc Central en el cruce de Pere IV con la Diagonal. Un parque que vio como la policía arrasaba con las plantas cuidadas por los vecinos. Nouvel cogió la esencia de la reivindicación vecinal y el geranio será la planta predominante del Parque. No es un chiste, es un “argumento arquitectónico” recogido en el proyecto.
Quizás el caso más paradigmático, es el conjunto creado por Santiago Calatabra en Valencia, la llamada “La ciutat de les arts i les ciencies”. Este arquitecto fue ignorado durante años en su ciudad de origen y sólo se ha recuperado una vez ya es una estrella mediática por sus obras en Europa. En realidad, su calidad arquitectónica no importa, lo importante es la capacidad de crear espectáculo. El gobierno de Francisco Camps tiene pendientes multitud de causas de corrupción, quizás por eso siguen comprando vanguardia a golpe de talonario. El conjunto de Calatrava, poco más que una gran falla permanente, se justifica por el PP, alegando que levanta el orgullo de ser valenciano. A Oscar Tusquets aún se le recuerda de la mano de Nuñez y Navarro. Ahora, está edificando un espectacular hotel en el conocido Miramar. En este momento ya está ocupando dos veces más terreno público de lo previsto. Bofill, está embarcado en un nuevo hotel de lujo para el muelle de Barcelona, en un litoral donde ya hay varios artificios arquitectónicos, como el Maremagnum o el World Trade Center. En realidad, estos arquitectos funcionan como un multinacional. Es remarcable que la mayoría, desde Rem Koolhas hasta el mismo Nouvel, no sean los propietarios de sus estudios. El accionariado está formado a menudo por constructoras y otras empresas que utilizan “la marca” para sus negocios.

¿Ante esa situación, que tienen que decir nuestros arquitectos? Parecen preocupados por la competencia de los grandes nombres extranjeros o nacionales, pero no por la presión inmobiliaria que ocultan las operaciones en las que participan o por la baja calidad de esa arquitectura fotogénica.
¿Que parte de responsabilidad tienen los arquitectos de la locura urbanística especulativa en la que nos vemos envueltos? Se podrá decir que como profesionales, tan solo intentan hacer su trabajo lo mejor posible. Pero lo que es innegable, es su responsabilidad en cuanto al efecto que sus edificios producen en el entorno. Un barrio historio salpicado de rascacielos, un entorno rural jalonado de exhibiciones high tech, etc. ¿Hasta donde debe llegar la libertad del arquitecto? Por supuesto, hay normativas, que salvo excepciones se cumplen. También hay una comisión de calidad, en Barcelona, formada por expertos, arquitectos e historiadores. Quizás debería extenderse su ámbito geográfico y sus atribuciones. Entre los ciudadanos hay una común sensación de maltrato y falta de respeto a su entorno más cercano, por parte de la arquitectura y el urbanismo. En una reciente encuesta, resultó que el edificio que menos gusta a los barceloneses es la torre Agbar, seguido por el triangulo azul del Forum. Podríamos aludir a la falta de herramientas para disfrutar de la cultura contemporánea, pero quizás también es porque, como decíamos, la arquitectura nos empuja, más que nos toca.

Cabe preguntarse si hay una arquitectura de derechas. Como siempre, la ciencia ficción suele pecar de inocente, imaginaron megapolis con edificios de arquitectura neofascista, como una especie neoclasicismo sacado de escala para empequeñecer al humano. Pues bien, parece que la nueva arquitectura reaccionaria viene de la mano de formas sinuosas, pixelados de colores y deconstructivismo digital. Si eso es preocupante en iniciativas privadas, más lo es en actuaciones públicas. Parece que un arquitecto conocido, exime al estamento público de generar un buen encargo, que se ciña a las necesidades de uso y de servicio al ciudadano. El error es pensar que la modernidad, como garantía de calidad, viene por las formas y no por la resolución de los requerimientos funcionales. Y eso no niega la capacidad narrativa de la arquitectura, pero debemos ser conscientes de lo que se está diciendo con esos edificios, hemos de tener cuidado de no empujar en exceso al ciudadano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Autocomplacencia, incapacidad...

Lo es porque ellos no son los elegidos, y esta es la manera mas facil de soltar toda su bilis.