Claret Serrahima y Óscar GuayaberoEL PAÍS, 30-06-2005
Cataluña es un país de soñadores, dice Bigas Luna, puesto que según él en tres de los símbolos que nos identifican debemos mirar al cielo: comer calçots, beber en porrón y mirar los castellers. Debe de ser cierto, sólo a un país de soñadores se pueden deber el noucentisme, el modernismo y la Segunda República, aunque quizá no fueron más que espejismos. "És quan dormo que hi veig clar", decía J. V. Foix. Algunos dirán que fueron posibles por el ya cansino tópico de el seny i la rauxa. Esta dualidad, resultado de un pragmático espíritu comercial y de una cierta pasión mediterránea, nos podría llevar muy lejos, pero no es así. Contrariamente, podríamos afirmar que esa visión del mundo está causando estragos.
En todo caso, y si nos atenemos a cómo tratamos nuestro propio país, ya podemos ir sacándonos el traje de los domingos. Cataluña debe de ser uno de los países de Europa en que sus ciudadanos más desprecian el lugar donde viven; de lo contrario no se explica lo que está ocurriendo. Hemos vendido el territorio al mejor postor, hemos echado a perder nuestros ríos, hemos edificado hasta ahogar nuestros montes y costas. Sorprendentemente, no damos muestras de arrepentimiento, puesto que lo hacemos "por el progreso del país". Quizá deberíamos revisar el significado de progreso y sus derivados: progresar, progresista, etcétera. Hace unos días Oriol Nel·lo, secretario de Planificación Territorial de la Generalitat (EL PAÍS, 24 de junio), argumentaba que se debían conservar los pocos campos de cultivo que quedan; parecía sensato. Sin embargo, la razón de su conservación era principalmente el turismo. Si los turistas sólo ven hoteles y urbanizaciones quizá no vuelvan. Pero ¿es esa la razón para conservar el territorio? En realidad, Nel-lo no hacía sino expresar una idea muy catalana: de nada sirve aquello que no es rentable.
Parece que el único bastión inquebrantable de nuestra pasión patria es el idioma, herramienta imprescindible, por supuesto, patrimonio inestimable, evidente, pero ingrediente no suficiente para hacer un país. "No somos catalanes porque hablamos catalán, sino que hablamos catalán porque somos catalanes", decía en 1890 el periodista Joan Mañé i Flaquer, uno de los fundadores del Diario de Barcelona. Un matiz que sitúa el idioma como una consecuencia y no como una especie de grupo sanguíneo oral. Esta obsesión lingüística nos hace olvidar otras cuestiones igual de importantes, si no más. Tan sólo un ejemplo ilustrativo: en la zona del Gaià se está edificando una de tantas y desafortunadas zonas de casas adosadas. Ante la hilera de los tremendos chalets hay un gran cartel en el que reza: "Para vivir mejor". Sobre el texto hay una pintada, al leerla se descubre cuál es la preocupación por el país. "En català", dice el grafito. Interesante, se puede edificar sin sensibilidad sobre el entorno, pero los carteles han de ser en catalán, y no es un hecho aislado. Allí donde había casas de payés, nosotros edificamos bloques de apartamentos o campos de golf. Eso sí, los llamamos Pau Casals, o Xaloc, o cualquier localismo cuanto más vernáculo mejor.
Nos equivocamos al pensar que el país lo construyen sólo los políticos, las banderas o los idiomas. Cataluña se levanta cada mañana con cada uno de nosotros y de nuestra actividad diaria se deriva una mejora o un empobrecimiento que nos afecta a todos. Parece que en lugar de ejercer un catalanismo activo, preferimos un patriotismo de pegatina. El Pirineo está siendo colonizado sistemáticamente por constructores sin escrúpulos, a menudo alcaldes electos, impulsados por su idea de progreso y montados en todoterrenos con el burrito pegado en el capó. Nos pasamos la semana maltratando al país, pero el domingo nos hacemos el DNI catalán porque la pela és la pela: eso debe de ser el seny, y el país va después y sólo para enarbolar símbolos: eso debe de pertenecer a la rauxa.
Cabría preguntarse si es más nacionalista aquel que siempre compra agua envasada del Montseny, porque es nuestra, o aquel que prefiere otras aguas sabiendo que estamos extrayendo de forma privada y a un ritmo insostenible acuíferos subterráneos. Carles Riba escribió que para Jacint Verdaguer, quizá el más grande de las letras catalanas, la patria era "la posesión de un paisaje por derecho divino". Al margen de dogmas de fe, deberíamos reflexionar sobre ese patriotismo ecológico, ya en el siglo XIX.Históricamente, hemos sido incapaces de defender nuestro país más allá de los símbolos. No hemos conseguido que Madrid asuma, por ejemplo, una financiación eficiente para Cataluña. Pocos recuerdan que algunos partidos catalanes rechazaron un sistema fiscal similar al vasco, ese mismo sistema que ahora parece una quimera. No se quisieron complicaciones, era más sencillo quejarse eternamente por el maltrato centralista que asumir competencias. En un entorno en donde todos los males parecen venir de fuera, es difícil asumir responsabilidades. Nos inventamos un Fórum de las Culturas ideológicamente más que dudoso, nos estafamos a nosotros mismos, luego aún nos contamos que había sido un éxito económico y finalmente, nos negamos a auditarnos.
Se diría que somos más amantes del victimismo y la resignación que del país. Pero esa resignación no es sino una forma de escurrir el bulto. Nos puede el olor a rentabilidad a corto plazo por encima de la planificación histórica. Y lo peor es que para compensar nos inventamos un costumbrismo pintoresco que rehace nuestra historia y cultura a la medida de las ferias medievales. Es indiferente nuestra política forestal, lo importante es tener una buena feria del abeto en Espinelves. Nos estamos quedando sin castaños y sin setas, pero éstas y los frutos de los primeros llegan en camiones desde Galicia o Hungría y la feria de la castaña de Viladrau y del bolet en Guardiola de Berga son cada año más grandes. Y a eso le llamamos cultura.
Seamos un país de soñadores, pero abramos los ojos, y no sólo para mirar la cuenta corriente, porque nos están robando nuestro país, nuestra cultura, nuestro patrimonio y nuestra política y los ladrones no están más allá del Ebro. Los carteristas que nos roban llevan traje de catalán en domingo y de botiguer el resto de la semana. Que alguien nos preste un espejo.
23 noviembre, 2005
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