EL PAÍS - Cataluña / 3-05-2005 / CLARET SERRAHIMA / ÓSCAR GUAYABERO
En principio, una energía limpia, inacabable y sin residuos no debería suscitar ninguna desconfianza. Perfecto, el protocolo de Kyoto está al alcance de Cataluña. Además, los molinos (aerogeneradores) son bonitos, "de diseño" dirán algunos. Pero lo importante, a menudo, son los detalles, que al final hacen que un sistema sea idóneo o no. Es importante saber dónde se colocan los molinos, cuántos se pueden colocar en una misma zona, quién los gestiona y qué causan en su entorno.
En este punto, es necesario tener en cuenta que el suministro eléctrico, así como la sanidad, las infraestructuras viarias y la enseñanza, no debe ser un negocio, sino que debe entenderse como un servicio. Por tanto, los aerogeneradores serán positivos en tanto ofrezcan un servicio a la sociedad.
Una vez se conocen algunos de estos detalles, la supuesta panacea del desarrollo sostenible cae como un castillo de naipes. A veces la realidad no se adapta a visiones idílicas, por bienintencionadas que estás sean.
En primer lugar, los molinos no son autosuficientes. Es decir, necesitan el apoyo de otras energías para compensar las bajadas de energía cuando el viento no es el idóneo. Sólo en una franja concreta de velocidad los aerogeneradores son efectivos, por debajo o por encima de ella, pierden gran parte de su capacidad generadora. En un entorno mediterráneo, el cambio de dirección y de velocidad de los vientos es constante. Otras fuentes de energía, tales como centrales térmicas, deben apoyar los bajones de energía. Estas fuentes extras no pueden funcionar al 100%, para tener un margen en los momentos necesarios. Funcionar a bajo rendimiento genera las mismas emisiones de gases, pero menos energía. No parece muy sensato.
La instalación de parques eólicos, supone un impacto en el territorio que va más allá de las evidentes contaminación visual y distorsión sonora. La infraestructura necesaria para su instalación y mantenimiento supone una agresión en entornos rurales y terrenos rústicos. Numerosas voces en defensa de las aves ya han demostrado el impacto sobre ellas. Además, la instalación de estos molinos suele hacerse en las crestas de las montañas y cordilleras. Es donde más sopla el viento, pero también es donde hay la vegetación más virgen. Este es el caso del futuro parque eólico de la Serra del Tallat, que unirá como en un posmoderno monte del calvario, los monasterios de Vallbona, Poblet y Santes Creus. Los partidos de izquierda, nacionalistas y ecologistas firmaron, cuando estaban en la oposición, una declaración en contra de este parque, tal como el anterior Gobierno lo estaba planteando. Ahora ese proyecto parece correcto y se piensa ejecutar sin siquiera revisarlo.
Pero seamos pragmáticos. ¿Para qué sirven los parques eólicos?
Por más parques que instalemos no se cerrará ninguna central nuclear. De acuerdo con los cálculos más optimistas, en Cataluña, se podría llegar sólo al 4% o 5% de la energía que se consume, contando con los parques que se piensa instalar en el interior de Tarragona, la desembocadura del Ebro y el litoral de Barcelona. ¿Y si no se instalan? Pues parece que tampoco faltará la corriente. Quizá haya que comprarla a Francia, con más de 70 centrales nucleares. Estas centrales, por cierto, afectarían de pleno a Cataluña si sufrieran un accidente.
Sintomáticamente, quienes están más interesados en la instalación de parques eólicos no son los ecologistas, que muestran mayoritariamente su rechazo. Quienes están presionando al tripartito catalán para acelerar su instalación son las compañías eléctricas. Las mismas empresas que ya han torturado la geografía catalana con innumerables presas y que contaminan con centrales nucleares o térmicas.
Así, un concepto aparentemente progresista se está enfocando como un negocio y no como un servicio. La Comunidad Europea subvenciona una parte de su instalación; es decir, lo pagamos entre todos. De las facturas de la corriente también salen ayudas para su instalación: el consumidor sigue pagando. Finalmente, se instalan los molinos, y la energía que generan se compra por encima de su valor para incentivar su uso, encareciendo el suministro, por el que el usuario deberá pagar más. Beneficios privados con inversión pública: negocio redondo, pero a un alto precio para el territorio, los bosques y el mar.
En Dinamarca, Estados Unidos y Alemania se están desmontando parques similares a los que se quieren construir aquí, por su falta de eficacia y su nefasto efecto en los ecosistemas locales. Se están observando, incluso, pequeños cambios climáticos al mezclarse las corrientes aéreas, más secas, con las más cercanas al suelo, más húmedas.
Sin embargo, los molinos son útiles. En poblaciones aisladas, con buena exposición a vientos, pueden ser una buena solución. Ahorran las terribles columnas de torres eléctricas para llevar la energía hasta el lugar. Con un pequeño apoyo de baterías y placas solares pueden ser una excelente alternativa local. El error es convertirlos en una solución global. El número de molinos, entonces, multiplica los efectos colaterales sin ofrecer una verdadera alternativa energética.
Debería hacerse un esfuerzo por conectar cómo se gasta energía y cómo se produce. A un lado de la balanza hay interminables urbanizaciones en la Cerdanya, siempre iluminadas, a pesar de que el uso medio de sus casas es de 13 días al año; iluminación monumental de una Barcelona de postal; generación de nieve artificial; modernos edificios de cristal con aires acondicionados y calefacciones costosas. Al otro lado, está Tarragona, que ya alberga dos centrales nucleares y quieren convertirla en la batería de Cataluña.Quienes más van a sufrir las consecuencias son la incipiente industria de turismo rural, con rutas culturales como la del Cister, y la biodiversidad, pero al final quienes pagarán las consecuencias serán todos los habitantes de Cataluña, con un país lleno de cicatrices forestales; eso sí, luminoso como el paseo de Gràcia por Navidad.
23 noviembre, 2005
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