Barcelona es una ciudad rara, una ciudad de paradojas, donde el Camp Nou es más que viejo; el Museo Nacional de Arte de Cataluña está en el Palacio Nacional (nacional de España); donde hay el único equipo de fútbol que se llama Español, pero que dice que es catalán; donde gobiernan desde la democracia los socialistas, pero Nuñez y Navarro ha hecho siempre lo que ha querido, donde, ahora que ya no se llama barrio chino, es cuando acoge más orientales que nunca. En fin, estas son algunas de las paradojas más chocantes de estos últimos años.
Se podrá decir que todo esto es tendencioso, pues si es cierto. Incluso es un poco demagógico, también. Estoy cansado de ser objetivo, educado y comprensivo para con la complejidad intrínseca de gobernar un sistema complejo, poliédrico y dinámico (esta jerga es de miembros del ayuntamiento, que para decir calle hablan de territorio y para decir un grupo de vecinos cabreados, dicen un grupúsculo social manipulado). Me he cansado de intentar comprender los graves problemas que supone gobernar una ciudad. Dicen que Barcelona es demasiado cómoda para protestar. Es cierto, a la que sale el solete ahí estamos ya, en la primera terraza, pero quizás ha llegado el momento de alzar la voz, aunque no esté de moda y protestar aún a riesgo de no ser ecuánime.
30 noviembre, 2005
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